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29/03/2006
Virutas de madera por barriles de roble: los vinos estadounidenses “maduran” de otra manera
Texto: Brigitte Müller
El tira y afloja ha durado casi dos décadas, y finalmente tan sólo Alemania se mostró en contra, pero no sirvió de nada. El 10 de marzo de 2006 se firmó en Londres el acuerdo vinícola entre la UE y Estados Unidos, que la Comisión Europea ya había ratificado en diciembre. De este modo, los europeos aceptan las regulaciones vigentes para fabricar vino en Estados Unidos y levantan las barreras a la importación. Como contrapartida, en el futuro los estadounidenses ya no querrán volver a exportar a Europa sus vinos con los nombres con denominación de origen del viejo continente como Chianti, Jerez o Champagne, y además renunciarán a un régimen aduanero muy complicado a la hora de importar vinos europeos.
En acuerdo con otros países, existen listas con productos y procedimientos autorizados para el vino de importación. En Estados Unidos es válido por primera vez el principio de reconocimiento mutuo del “winemaking” (vinificación), en virtud del cual lo que está permitido en Estados Unidos, también lo está en Europa y viceversa. Se trata de una norma muy generosa, y no en último término porque Estados Unidos es también un gran importador de vinos. Por ese motivo, Francia e Italia fueron asimismo quienes impulsaron el acuerdo. Tan sólo en el año 2004, la exportación de vinos de la Unión Europea a Estados Unidos supuso unos 2.000 millones de euros. Por lo tanto no es de extrañar que la Ministra de Agricultura de la UE, Mariann Fischer-Boel, se muestre así de entusiasta: “Este acuerdo facilitará el acceso de los vinos de la UE al lucrativo mercado estadounidense, cuyos consumidores saben apreciar con creces la calidad y el trasfondo histórico de nuestros vinos. En el cada vez más reñido mercado actual, resulta vital que no haya obstáculos innecesarios y entorpecedores para nuestros productores de vinos, a los que considero los mejores del mundo.”
Pero eso tiene su precio: En el proceso de vinificación estadounidense hace mucho tiempo que se ha dado el visto bueno a métodos de fabricación que aquí son despreciados de forma oficial. Por ello, ese matiz de sabor especial que se consigue gracias al largo almacenamiento de los vinos en las caras barricas, en el Nuevo Mundo se obtiene añadiendo virutas de madera. Estos trocitos de roble se introducen en el vino según el principio de las bolsitas de té; las bolsitas, que pesan entre 5 y 10 kilos, pueden añadirse facultativamente antes, durante o después de la fermentación. Se necesitan unos 3 ó 4 gramos del potenciador del sabor por litro. De esta manera, los costes por litro se sitúan por debajo de los 3 céntimos, mientras que en el almacenamiento en toneles de roble, el precio es de al menos 15 a 20 céntimos por litro. Y eso sin contar el largo periodo de tiempo que el vino debe estar almacenado. Otra variante de la simulación del barril de roble son unos tablones de esta misma madera que se cuelgan dentro del vino tras la fermentación. Estos tablones confieren un sabor de forma más lenta, pero éste se mantiene durante más tiempo. Y si a continuación se añaden pequeñas burbujas de oxígeno, como si en realidad se tratara de madera de roble que respira, el engaño es casi perfecto. “Es muy difícil que el consumidor final se dé cuenta de la diferencia respecto a un vino de barril de roble”, asegura Emilio Castro, director de la Fundación española para la Cultura del Vino.
Aún más controvertido que el efecto pseudo barrica es el procedimiento “spinning cone column” (columna de conos rotantes), por el que los vinos se dividen en fracciones y a continuación se vuelven a componer de forma individual de tal modo que se elabora un vino a medida. Con este método también puede reducirse el contenido alcohólico, que por ejemplo en el caso de los vinos de California puede alcanzar una graduación muy alta debido a las condiciones climáticas imperantes en dicha región. Se trata de un procedimiento costoso que tampoco se puede permitir cualquier vitivinicultor de Estados Unidos.
En cambio, en California se defienden de forma vehemente frente a la reputación del vino artificial estadounidense: “Los vinos californianos no se aguan, no poseen sustancias aromáticas artificiales y no se fraccionan, es decir, ni se dividen sus componentes ni se vuelven a mezclar con aditivos aromáticos”, aclara Robert P. Koch, Presidente del Instituto Californiano del Vino, para a continuación relativizar. Se permite un máximo de un 1 por ciento de agua y el “Spinning Cone Column”, es decir, el fraccionamiento, sirve para reducir el contenido de alcohol. Sin embargo, según las leyes estadounidenses, no se pueden agregar sustancias aromáticas artificiales o aromas de otros vinos. Y obviamente, también hay muchos vinos estadounidenses procedentes de la tradición europea cuya maduración se produce lentamente en barriles de roble.
Ya en el pasado se importaban vinos de Estados Unidos que tan sólo cumplían las normas vigentes en dicho país, aunque esto no constituía la práctica oficial. El hecho de que ahora se llame la atención sobre estos métodos también da la oportunidad a los vitivinicultores europeos de desmarcarse claramente de los vinos artificiales elaborados de forma industrial, cuando se habla de un producto en el que lo que se prima es la autenticidad de la calidad. Pero para ello se necesita una campaña publicitaria que vaya mucho más allá del etiquetado de los vinos. El Ministerio Bávaro de Protección al Consumidor critica que, de momento, en muchos casos ni siquiera se ha autorizado un etiquetado que indique el modo de fabricación tradicional, puesto que en este caso se trata de una “publicidad con una naturalidad” no autorizada.
En el sur de Europa, en España e Italia, las consecuencias del acuerdo se analizan mientras tanto de un modo mucho más pragmático. Mientras que los viticultores alemanes confían en que los verdaderos amantes del vino también aprecian la tradición de madurar el buen vino en las sombrías bodegas y en barriles de roble auténticos, Italia ya ha solicitado que las técnicas de elaboración estadounidenses se reconozcan también en la Unión Europea. Las perspectivas para ello se vislumbran buenas, puesto que en dichos casos existe la “cláusula de la nación más favorecida” de la Organización Mundial del Comercio de la ONU. En resumidas cuentas: lo que es válido para la parte contratante no puede prohibírsenos a nosotros. En España, Castilla-La Mancha exige “el mismo derecho para todos”, y la Federación Española del Vino, que representa a 750 explotaciones vinícolas, también quiere seguir siendo competitiva con virutas de madera. En las regiones vinícolas con denominación de origen de Navarra y La Rioja se intenta limitar los perjuicios con una obediencia prematura: las virutas de roble sólo podrán autorizarse en vinos de mesa sencillos y será imprescindible que en la etiqueta se especifique cómo el vino ha adquirido su carácter de roble. Pero en la actualidad, en Europa siguen estando vigentes las leyes existentes para elaborar el vino. Y hasta que las virutas de roble se hayan difundido aquí en Europa, quizá los estándares sobre el vino hayan cambiado hace mucho tiempo y en lugar del roble y el tanino los expertos vuelvan a apreciar los vinos más sutiles y refinados que no encubren su origen.
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